El desconocimiento humano sobre el universo, su infinidad y composición, es una duda que siempre ha persistido, a pesar del empeño de los científicos en investigar. Apenas hace dos años que los moradores de la Tierra sufrimos el mayor impacto a nivel global, que no fuera de índole epidémica o causada por desastres naturales de extrema magnitud. Una civilización ignota, procedente de un planeta alejado del sistema solar, nos sorprendió con su visita. Tardamos meses en conocer su existencia y los detalles de dicha aparición. Dirigentes de las potencias más importantes se habían esforzado en ocultar la noticia, pero finalmente, en un cónclave mundial, explicaron la invasión amistosa de estos entes y su inverosímil presencia. Estos seres, por denominarlos de alguna manera, eran hologramas, representaciones visuales en forma de elipse, con una regulable fluorescencia magenta, de ahí el acrónimo “MAG” para referirse a ellos, que variaba en función del grado de luz al que se enfrentaban. En su planeta reinaba la espesura de la oscuridad y la aridez del terreno, así que mostraron admiración por la biodiversidad con la que contábamos.

    De día pasaban a ser imágenes casi translúcidas o transparentes, de noche brillaban con un esplendor de estrellas galácticas, chance que usaban para presionar en las negociaciones cuando se encontraban con oposiciones a sus propuestas. En maratonianas reuniones entre políticos, embajadores y analistas en las principales capitales del mundo, el debate era acalorado y con un consenso complejo de alcanzar:

-¡Estamos en sus manos! ¡Nos dominan! –gritó un agorero.

-Estamos en sus ojos,  –apuntó otro, modulando el ímpetu-. Son una civilización, si se les puede catalogar así, avanzada, dicen distinguir tres colores que el ojo humano no percibe.

-¿Colores que son las puertas hacia otras dimensiones? Puede que de allí provengan y por eso aparecen y desaparecen como si entraran y salieran de una cortina –explicó uno de los representantes.

-Señores, no reclinen el debate a la metafísica, estamos aquí para deliberar los pormenores del ofrecimiento de los “MAG”. Personalmente, su plan es tan increíble como satisfactorio, pero con las garantías suficientes, nosotros accederíamos.

    ¿Cuáles eran las pretensiones de esos seres? Recabar información de un planeta que desconocían, como nosotros el suyo, para recopilar datos de minerales, mediciones de temperatura, humedad, salinidad y composición de los mares, los ríos... Un minucioso compendio alrededor del globo que ayudara a mejorar las condiciones de los “MAG”. En compensación,

ofrecían una solución para el cambio climático, que pasaba por restituir la capa de ozono y regular la polución. La controversia estaba servida.

-Esto es un montaje de las grandes potencias para subyugar a los países pobres con sus aranceles y restricciones. No pararemos ni modificaremos nuestra producción. ¡Es un fraude!

    Conversaciones como esta se cruzaron en Londres, Nueva York, El Cairo, Estambul, Berlín o Zurich. En una época en la que la violencia y los disturbios enconados daban una solución vacua a un sector de la población, los “MAG” obtuvieron la posibilidad no buscada de paliar los estragos habituales del vandalismo. Sus fulminantes apariciones con ondas lumínicas, fogonazos elípticos de gigantescas dimensiones, neutralizaron los saqueos sin causar bajas, los atacantes solo sufrían un descanso obligado por mareos y fuertes dolores de cabeza, debido a la exposición a una poderosa fuente de luz.

    La inteligencia de los “MAG”, a niveles incomprensibles para los terrícolas, desgranaba la problemática de la tierra en cuanto a contaminación, tanto industrial como humana. Más allá de los inconvenientes del efecto invernadero provocado por la emisión de gases de fábricas, aviones o aerosoles, el metano de las heces de animales o el dióxido de carbono que se emite al respirar, un detalle había escapado al análisis científico: la sudoración de los pies, a parte de ser desagradable al olfato por sus matices avinagrados y/o a secadero de quesos añejos, era un dardo que perforaba y contaminaba la atmósfera, según aseguraban los “MAG”.

    El calzado, ahí radicaba la clave, todo el mundo quedaba obligado a salir a la calle con zapatos, zapatillas, botas o botines fabricados con una aleación de un material ligero, dúctil y a la vez robusto. Los fabricantes recibirían planchas e instrucciones para troquelar y moldear la materia prima, (no conseguible en nuestro planeta), para que pudieran hacer sus diseños e insertar los logotipos. Los zapatos eran transparentes, no filtraban la exudación de los pies, y a la vista y al tacto se asemejaban a una combinación entre plástico endurecido y metacrilato.

    Al final, tras duras semanas de entrevistas, reuniones y debates, se proclamó el consenso.

    Lu forma de comunicación entre ellos estaba basada en la graduación e intermitencia de los colores, pero habían adaptado un descifrador que les permitía comunicarse, proyectando imágenes tan nítidas que se confundían con la realidad, junto con grabados o simples esquemas para informar a la población. Pero nada iba a ser tan fácil, a pesar de recuperar la salud de la naturaleza, y por ende la nuestra propia, todo tipo de rebeldes de las denominadas “tribus urbanas” y algunos fabricantes de calcetines (los otros damnificados), planeaban fórmulas para aniquilar a los visitantes y sus normas.

-De nuevo han vuelto a robarnos la libertad. Queremos notar el viento en el empeine al descalzarnos en los bancos, rascarnos y tocarnos los pies. ¿Hay un placer más asequible que este? –profesaban con ardor en diversas asociaciones creadas a raíz del conflicto.

    Por contra, las vistas eran grotescas, ver desfilar a ejércitos con botas transparentes era tan chocante como la visualización de todas las imperfecciones de los pies.

-Ya habíamos desnudado los pies con las sandalias o las odiosas chancletas –criticaba una señora, que aceptaba con sumo gusto el trueque del calzado por el de un clima recuperado.

-Pero eso era por comodidad, no por imposición –respondía una amiga.

    Incontables disturbios se produjeron, sofocados por fuerzas de defensa terrestres. Los protagonistas eran los mismos que con anterioridad habían defendido a capa y espada, pintura y pedradas, la protección y conservación del medio ambiente. Ahora llenaban las calles con las pezuñas al aire o cubiertas con vendajes o papel higiénico, momias del siglo XXI por imposición extraterrestre. Así se vendían. De los beneficios ecológicos ni palabra.

     A pesar de extremar las medidas para detectar grupúsculos que hicieran frente a las directrices de los “MAG”, fanáticos de alrededor del globo planificaban terminar con el asedio, pero para ello faltaba estrategia y financiación. Mientras, la gente veía cómo los pies se cocían al vapor del sudor, les salían llagas y duricias, lo que obligó a rediseñar los modelos.

Aún así, con las rectificaciones y la suavidad de las plantillas, el descontento emergía de capas diversas. Los elementos subversivos, por inercia, no acataban nada que llevara un sello oficial: si el estado les obligara a consumir un litro de cerveza diaria y dos copas, se harían abstemios, así pues, cargaron su ira contra el opositor de siempre: cajeros automáticos, oficinas en bajos, mobiliario urbano diverso, policía y transeúntes que no bendecían sus acciones. Los entres interplanetarios basaban su presencia ahora en labores científicas y no defensivas, testando la temperatura y salinidad de los océanos, el comportamiento de las mareas y la composición de la tierra de todo el mundo. Así mismo, en el acuerdo mundial se aprobó que estas criaturas no dispusieran de su capacidad lumínica para neutralizar a vándalos y opositores reaccionarios. Campo aplanado para los descontentos.

    Pasaron las semanas y hordas de fanáticos se extendieron, viendo la normativa del calzado transparente un buen pretexto para que la anarquía fuera la fórmula de gobierno en determinadas poblaciones. Para movilizar y ordenar a las tropas de insurrectos, avispados charlatanes, duchos cronistas de las más cruentas redes sociales, alentaban con arengas impelidas en imperativo, con gritos que diezmaran las pocas entendederas que les quedaban.

    Contenedores de hierro para runa ardían con miles de pares de zapatos interplanetarios en infinidad de puntos, un tercio de ellos sustraídos con violencia. Al amparo de las sombras de la hoguera y de las antorchas de la legión de encapuchados, se erigían voces autoritarias:

-¡Que no os engañen! ¡No quieren la salvación del planeta, llevan años matándolo! ¡Buscan el beneficio en las fábricas, la bolsa, la red de transportes, los seguros! Hace años nos amordazaron con una epidemia, ahora nos quieren cegar. No seremos vencidos por un fastuoso truco de ilusionismo, ni por la falsedad de los nuevos datos de institutos meteorológicos, financiados por los mismos gobiernos que nos infringen leyes que nos coartan. Ahora nos humillan enseñando con este extraño calzado, nos quieren con indumentaria, serviles y dirigidos. No lo han conseguido, ¡no con estos ataúdes para pies!

    Un grupo de melenudos rockeros, rebautizados como “Con juanetes, pero sin grilletes”, decían haber cambiado las cuerdas de sus guitarras  con unas fabricadas con el material del calzado. Ese rock sideral sonaba tétrico en las avenidas empedradas por cascotes, cenizas y pavesas. Otros lemas repetidos, que habían causado furor en Twitter y en el estampado de camisetas, eran: “La revolución de las uñas sucias” o “Desnuda tu libertad, desnuda tus pies”.

    Las fuerzas de seguridad pasaban por alto estas escaramuzas, para centrar su atención en evitar asaltos a edificios del estado, comisarias o centros neurálgicos como polígonos industriales, centrales térmicas, vías de comunicación y de transporte.

    En algunos países se pusieron de moda comunidades de espíritu naturista, que lucían con orgullo un despreocupado cuidado podológico, con alargadas uñas aguileñas, retorcidas, algunas amarillentas por la presencia de hongos, con dedos repletos de arañazos y plantas con una capa protectora de suciedad del asfalto. Estos clanes, además de mostrarse contrarios a los decretos recientes y profesar la desnudez, sentían tanta adoración por el amor libre como hermanados estaban con la mugre, con la que mantenían una afectuosa y estrecha relación.

    Las insurrecciones se trasladaron de continente, en cada zona con sus particularidades. En una acción coordinada al segundo, cuantiosos grupos asaltaron los principales almacenes de las marcas más reconocidas de zapatillas deportivas, portando gafas especiales con vidrios tintados y unos monos recubiertos de espejos, para que una posible reacción de los “MAG” contrarrestara su radiación. Con el botín en las manos, en un jolgorio de gritos desgarradores y risas que enseñaban amígdalas y empastes, disfrutaban del saqueo corriendo con desorden.

    Siendo de noche, de tarde o mediodía, al poco rato de terminada esta acción a gran escala, el cielo fue adquiriendo un tono blanquecino. Al principio se creían nubes dispersas, con las horas fue una abrumadora mantilla, una carpa con luz demoníacamente pura, presagio de un cambio malo... o bueno. Los avisos de las autoridades sirvieron para que los sensatos se refugiaran, otros siguieron engrosando el botín cuando una explosión celestial llenó la tierra de una fumarola, los incensarios que la habían provocado habían sido los millares de fogatas con material ardiendo. La contundencia de la tóxica humareda era lacrimógena para todo el que pasara cerca de ella. Tras el fogonazo, muchos insensatos se quedaron sin visibilidad, buscando a tientas con las manos insertadas dentro de cajas de zapatillas molonas.

    Los “MAG” habían aprendido los beneficios de la luz solar, la trascendencia de la fotosíntesis, adquirieron nociones de mineralogía, botánica u oceanografía, pero marcharon a la velocidad del sonido por no saber descifrar la capacidad del ser humano por autodestruirse.

El odio terminó con esos visitantes y con el orden climático que habían conseguido, quizás pronto, este mal también acabaría con la principal especie moradora en la tierra.

 

FIN