"El beso"

Sucedió sin aviso, un golpe de viento en una mañana en calma y una ventana que espeta y te desbarata, así sentí tu inesperado beso.
    Antes de que me marcaran tus labios, con el tierno ritmo que se deposita un bebé en la cuna, llegó el exultante estallido y el candente arrullo con el que me atrapaste. Me sentí premiado con un agasajo que no merecía, casi consternado, ya que no podía ser terrenal después de haber reconocido el edén. Fue una exhalación, una centella que reaviva al infeliz que subsiste con agonizante alma, pero que a mí me infundió codicia. Un buscador de oro no se resigna con un grano en la palma de la mano, ha de dar con el filón. ¿La fiebre del oro o de la pasión? Me considero austero, solo busco la opulencia en mi interior, me conformo con ser tu almohadilla tintada y tú el matasellos, que no ceje de estamparse con esa cariñosa osadía.
    Recéteme doctor, un tratamiento alternativo pero estricto, no una pastilla, cápsula o píldora cada ocho horas, ocho cada hora de ese beso como el de hoy, aderezados con el jarabe de tu saliva. Alabo el método, en una boca sellada no entran insectos, ni tóxico humo, y se cancelan las discusiones y un régimen de imprecaciones. Justo eso, palabras no tengo, me valgo con un estado de felicidad que me hace andar como si bailara y danzar como si flotara. La eficacia del entusiasmo generado por un acto espontáneo, real no un sucedáneo, como esos abrazos y saludos que se entregan sin mirar ni apreciar. 
    Solo soy un paseante y un mediano escribano resguardado en la nocturnidad, por eso no puedo emularte, porque tan valioso es lo que me llevo que no hay banco que canjee eso, pues además de las “gracias” me diste un vital y templado beso.