"El reflejo de la inquina"
La tarde vocinglera se
acalló. Las respiraciones jadeantes amainaron, en un silencio usual tras un desastre. El desafío
entre las tambaleante miradas, dio paso a una franca crónica que resumía lo acontecido.
Sin preámbulos, ella principió.
-Lo conseguiste.
-Lo hice.
Ambos se miraron. Las manos de él
botaban convulsionadas. Esta vez no había daña- do el cuerpo de su esposa, ni
perjudicado los marcos de
las puertas. La ira había sido abortada,
aunque restaba su impronta con adustos
surcos de dudas y arrugas en el rostro del marido.
-¿Era yo ese? No parecía humano. Un insano
salvaje huido de su celda.
-Tu pellejo era el vestuario
que usaba el Mal. Una escafandra
abominable que te asfi- xiaba con tu propio odio.
-No supe...
-Mirar. Ojos de madera. La realidad te ha asustado. Todos deberíamos usar un espejo que
nos marcara lo que no osamos ver. Después de años, viste el repudiable ser que
te tenía tiranizado. Una criminal caricatura del hombre que me enamoró. Una versión
de- leznable, que puntualmente cada semana, aparecía en tétricas funciones. Gritos,
ame- nazas, empujones y agresiones, cortados ahora por un retazo
de cristal en forma
de elipse. Contemplar cómo había mellado en ti el reflejo de la inquina, te
sanó.
Y desde ese día dejó
de asediarla.