Si yo fuera una estación sería el otoño, ramas desnudas y raquíticas, hojarasca parda y mustia en un marco con fondo de color apagado. 
    Mi vida siempre ha sido austera; pienso en ello y aparece mi padre, ilusiones en los bolsillos y tú, he aquí el inventariado de mi actual existencia. 
    “Solo soy una amiga”, me comentas a veces, palabra que conlleva responsabilidades para merecer lucirla con hilo de oro, pero que se me antoja fraudulenta y me causa desaliento.
Noto cosquillas en los sentimientos cuando alguna vez paseamos de la mano, aspiro cada centésima de segundo con los ojos cerrados para inmortalizar esos abrazos verídicos con un engarzado sin fin; carantoñas, caricias envueltas en bromas, son funciones de alguien que genera felicidad y sensaciones que superan el rango de amistad.
    Rememoro la ternura de tu piel y esa percepción de caer en un abismo sensorial cuando nos compactamos en uno de los citados abrazos. La emoción coloca una lágrima para la partida, pero duda tanto como tú. Solo yo no flaqueo y sé lo que siento, teniendo la etiqueta de amigo o sin ella.