"Libertad para hacer el bien"

Un sueño maligno campa en mi cabeza. Lo conozco, es un huésped que se ha encariñado de mí, una humareda que me ensombrece y aplaca, induciéndome al descanso a cualquier hora. Quiero estallar, sabiendo que después del cénit siempre llega la calma, pero mis lágrimas padecen de vértigo y no se atreven a deslizarse, ello enquista mis sentimientos en un debate adverso donde los ponentes son: la rabia, la tristeza, la decepción y la frustración. Un cuarteto aunado para incomodarme coartando mi expresión de felicidad, acortando mis palabras y el aire que expulso para propagarlas.

    A su vez, y como maldita novedad, un peso se instala en mi estómago, fruto del injusto escarnio de cobardes y aduladores que confunden una copla por otra. Les eximo de maldad, pecan de gregarismo e ignorancia, pero sus desmanes me afectan.
    Acurrucarme mostrándome vencido por las ofensas externas y hundirme por las internas, es la vía directa a la zozobra. ¿Cómo enmendarlo? Encontrando fuera de ese círculo de espíritus débiles dados al servilismo recalcitrante, una mirada directa, afable, una mano que te acaricia o un abrazo sin palabras. Actos exentos de prosopopeya, exageradas alabanzas y exclamaciones, propias de un mal guion, para estas escenas ya tenemos el mundo virtual con sus alharacas y monigotes.
    En silencio, cualquiera que nos brinde un gesto que denote sentimientos puros y humanidad, nos reconfortará para retomar la confianza en las personas. 
    En una época donde es muy recurrente apelar a “la Libertad”, hagamos uso de ella, no solo para criticar, faltar o menospreciar, sino también para amar, besar, animar, consolar y fortalecer, motivos estos, para que en nuestra convivencia se apaguen los gritos para que solo se escuchen las risas.