No era la primera vez que se citaban, pero el relente de la noche y la emoción lo alteraban, dentro del grado de contención del comedido Sr.Joseph Altarheven, un hombre educado y prudente, pero no por ello exento de los placeres de la vida; se trataba de un hedonista que apreciaba la belleza por encima de todo, he aquí el significado de esa velada.
    La veía de lejos y se fue acercando, con pausa, quería apreciarla al detalle. En otras circunstancias, al deleite visual se habría añadido un vaso de malta reserva. Ella estaba pletórica, tal como la recordaba de la última vez, radiante, con ese halo blanco de hada que impide que no puedas fijar la vista en otro punto. La fascinación le había provocado una sonrisa que se clasifica de “tontaina”, al ser descubierta por extraños. 
Aspiró aire al máximo, sin el estimulante del alcohol surgían también en su imaginación serpentinas de colores, que rodeaban el contorno de la actriz protagonista y suaves cánticos ceremoniosos. Esa tez blanca le extasiaba, y era recurrente pensar en un traje nupcial, “¡no!” gritó en su interior sin romper el gesto de satisfacción. Su visión de las bodas era que servían para lucir boato, para Joseph, los que se aman sin artificios pueden convivir en un cuartucho y abrazarse sin besos, en un sofá rajado al que le faltan las patas.
    Un paso más y estaría enfrente. Como cualquier loco amante quería morderla; ¡cuánto canibalismo poético se ha vertido sobre ello! Sí, mejillas esféricas, magnéticas, que dejaban embobado a un lunático pegado a su objetivo fotográfico, un focal de 112.5, con un zoomX25. 
    Capturado por la vivacidad que le transmitía, cuando se notó entumecido, parpadeó y puso fin al encuentro. Mañana volvería a verla, a fotografiar a la modelo más requerida, evocada y recitada: la luna en toda su plenitud.

PD: Quiero agradecer a JM Aracil la fotografía y los aspectos técnicos de la misma.